domingo, 25 de julio de 2010

Massera, Videla y Agosti contra los elefantes que ocupan mucho espacio

Por Laura Lifschitz / Tiempo Argentino (25 de julio de 2010)
    
Según los militares que asumieron el gobierno en 1976, la subversión estaba agazapada en los lugares más insospechados. Por ejemplo, en libros para chicos como La torre de cubos o El pueblo que no quería ser gris.
    
El 23 de noviembre de 1976 María Celestina González Gallo fue secuestrada. Estudiante de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán –que ya por ese entonces había sido intervenida militarmente por Antonio Bussi–, “Tina”, como la llamaban, trabajaba de maestra. La señorita Tina enseñó a los chicos de la localidad de Los Pereyra, cuyos habitantes ni siquiera hoy pueden dar cuenta exacta de su trágica historia. Pero de algo están seguros: dicen que ella era “linda y buena”.
    
Seguramente Tina haya tenido el tiempo suficiente para narrar mágicas historias a sus alumnos. En lo que le quedó de vida desde el 24 de marzo de 1976, una amarga suerte pudo haberle dado alguna ventaja para seguir contando historias. El mismo día en que Tina fue secuestrada, el general Jorge Rafael Videla daba lugar a un memorándum en que hablaba de “la radicalización del accionar opositor de docentes, alumnos y no docentes en el quehacer educativo y de los elementos actuantes en el ámbito cultural y científico-técnico”. A partir de allí, se implementaron disposiciones con el fin de prohibir ciertos textos infantiles, y se instó a las autoridades escolares a denunciar a los docentes que los difundieran. La literatura para chicos también comenzaba a estar en la mira.
  
DE PUÑOS COLORADOS Y ELEFANTES QUE HACEN HUELGA. El 8 de febrero de 1977 el gobierno de facto prohibió el libro escrito en la Berlín Occidental Cinco dedos. Ocho días más tarde, sus editores, Daniel Divinsky y Kuki Miller, creadores de Ediciones de la Flor, fueron detenidos. Meses antes, en octubre del ’76, a Divinsky le habían aconsejado que abandonara el país: Osvaldo Bayer le relató una historia escalofriante. Un miembro de la SIDE le había explicado que el alcance del accionar subversivo era tal que hasta se quería adoctrinar a los chicos. Y acto seguido el agente le mostró a Bayer un ejemplar de Cinco dedos, apenas un texto en el que una mano verde persigue a los dedos de una roja que, para defenderse y vencer, se une y forma un puño colorado. Al parecer, la advertencia de peligrosidad llegó de manos de un coronel de Neuquén, quien tras ver el libro que su esposa regalaba a sus hijos, quedó petrificado ante la evidencia de que la mano derrotada fuera verde −color del uniforme de fajina−,  mientras que la vencedora resultaba ser una sospechosa mano “comunista”.
   
El 13 de octubre de 1977 el Poder Ejecutivo Nacional informó mediante un decreto que los cuentos de Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bornemann, tenían como finalidad “un adoctrinamiento que resulta preparatorio a la tarea de captación ideológica del accionar subversivo”. Las fuerzas armadas argentinas hablaban de un texto que había sido elegido para integrar la Lista de Honor del Premio Internacional Hans Christian Andersen. El cuento que da título al volumen se refiere a un elefante que, como tal, pensaba en grande: y pensaba en declarar una huelga general en un circo, pues estaba claro que vivir en esas condiciones no era vivir con libertad. Tras el secuestro de los ejemplares del libro de Bornemann, la escritora fue excluida de toda institución educativa hasta 1983.

Muchos otros textos fueron prohibidos. Entre ellos estaban El pueblo que no quería ser gris de Beatriz Doumerc, con ilustraciones de Áyax Barnes, y La ultrabomba, ambos del sello Rompan Filas. El primero narraba la rebeldía de un pueblo ante un monarca que pretendía obligar a sus habitantes a homogeneizarse en un triste gris. El segundo refería la negación de un piloto a cumplir la orden de arrojar una bomba.
   
UNA TORRE Y UNA ISLA. Las prohibiciones aplicadas a la literatura, a los intelectuales y artistas a partir de la llamada Operación Claridad, iniciada el mismo día de la desaparición de la señorita Tina, generó disparates tales como el secuestro de ejemplares cuyos títulos fueran sospechados de tendencias de izquierda y subversiva, como por ejemplo, el manual técnico La cuba electrolítica. Presumiblemente este  haya sido un motivo más para la censura de La torre de cubos, de Laura Devetach, el 23 de mayo de 1979. Entre otras razones, porque se consideraba  que el libro rechazaba “la organización del trabajo, la propiedad privada y el principio de autoridad”. Seguramente ello habrán concluido las autoridades educativas  tras la lectura de uno de sus cuentos, “La planta de Bartolo”, en que un chico  así llamado decide plantar un cuaderno en un macetón para proveer a todos los nenes de su pueblo y así garantizarles el derecho a dibujar, a escribir y a aprender. Cuando el vendedor de cuadernos del lugar insiste en comprarle a Bartolo su planta para equilibrar la merma en sus ventas, este responde: “Los cuadernos no son para vender, son para que los chicos trabajen tranquilos.” Entre las objeciones, el gobierno de facto insistía: “simbología confusa, cuestionamientos ideológicos-sociales, objetos no adecuados al hecho estético, ilimitada fantasía”.
   
En estos años, la construcción de la memoria de la última dictadura referida a la infancia se volvió un tema prioritario. Los aportes de Graciela Montes, Judith Gociol y Rossana Nofal, entre muchos otros, han sido de vital importancia. Esta última señala que “la literatura infantil (…) es uno de los espacios en el que se libran los combates entre memoria y olvido más reveladores de nuestra cultura”. Nofal es esclarecedora respecto del caso de la provincia de Tucumán: durante la gobernación de Antonio Bussi a finales de la década de 1990, en los diseños curriculares para el área de Lengua “el tema de la memoria está ausente en las propuestas de contenidos”. Habían pasado veinte años, y Tucumán seguía en idénticas condiciones de oprobio.
  
La señorita Tina fue vista con vida por última vez en febrero de 1977 en el centro clandestino de detención Arsenal Miguel de Azcuénaga,  de la 5ª Brigada de Infantería del Ejército, cuando su comandante era Antonio Bussi. Este también cumpliría funciones en la Jefatura de Policía, lugar donde se cometieron los crímenes de lesa humanidad por los cuales el último 11 de julio se condenó a prisión perpetua a Luciano Benjamín Menéndez. Triste coincidencia: más tarde, en el predio de la ex Jefatura funcionaría la secretaría de Educación de la provincia. También es preciso recordar que la Escuelita de Faimallá y la Escuela Lavalle funcionaron como campos de concentración en Tucumán. Esta última con el agravante de que nunca dejó de servir  como institución escolar mientras lo hacía como centro de torturas. El informe de la comisión bicameral creada en 1984 en Tucumán para investigar los crímenes de la dictadura refiere las dimensiones de Arsenal Miguel de Azcuénaga. En alguna de las 92 celdas de 80 cm de ancho por 1,50 m de fondo estuvo recluida María Celestina González Gallo.  ¿Qué cuento podría haber contado la señorita Tina en aquel momento? Sin dudas, el del elefante con grandes ideas que luchaba por su libertad. 

   

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