lunes, 3 de mayo de 2010

Dos poemas de William Shakespeare



Shakespeare, William, Sonetos, Buenos Aires, Andrómeda, 2009. Traducción de Roberto Díaz.



XV


Cuando considero que todo lo que crece,
se sostiene en la perfección, sólo un instante;
cuando este vasto escenario del mundo
sólo se muestra al influjo secreto de los astros.

Cuando percibo que los hombres crecen como las plantas,
celebrados o rechazados por el mismo cielo;
vanagloriándose de su potente juventud, decreciendo en la cúspide,
y borrando su esplendor de la memoria.

Entonces, la certeza de este ser inconstante
hace más válida, a mi vista, tu rica juventud
cuando el Tiempo junto a la decadencia
toquen tu alba en una noche oscura.

Y, por amor a ti, en guerra con el Tiempo,
lo que él te quita, yo quiero renovar.



XXXV


No te lamentes más por lo que has hecho,
las rosas tienen espinas y fango las fuentes de plata.
Nubes y eclipses manchan a la luna y al sol
y el gusano habita en los dulces capullos.

Todos los hombres tienen fallas, entre ellos yo,
que te permito transgredir, comparando,
corrompiéndome para atenuar tus culpas
y perdonando tus pecados más de lo que debiera.

Colaboro con mi criterio a tu falta sensual
(tu parte adversaria es tu defensor)
y comienzo, contra mí mismo, un pleito legal.
En guerra civil, luchan mi odio y mi amor.

Estoy por transformarme en el cómplice
de un dulce ladrón que, amargamente, me roba de mí.
 
  

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